Capítulo I: “El ángel
de los perdedores”
Los rubios
cabellos caen desordenadamente hasta tocar los hombros, tiene una figura
delgada, lucida, frágil. Viste un suéter rojo, una larga pollera, unos
descalzos pies. Cerca suena un saxofón, ajeno, el muchacho, el músico, que vive
dos pisos más arriba en ese edificio, deja flotar las notas de una melodía muy
parecida al jazz, llega también un olor a café recién preparado que inunda la
habitación entera.
La muerte le
muerde los huesos, transparente y pesada. Rocas en su carne imposible, tirando
los huesos hacia el final predecible y trágico... sin embargo todavía tiene los
pies apoyados en la vida.
En un rincón
del espacioso living, muy iluminado, una pequeña mesa descansa y sostiene una
pila de libros, marcados, subrayados, eternos y detenidos en ese espacio terco
y mezquino del tiempo. Ella los había consumido, los había devorado, eran sus
imprescindibles, su breve hilo de literatura fatal. Todos están cerrados.
Transcurren
algunos minutos, se dejan caer como gotas pesadas de miel transparente, algunos
minutos, va cerrando sus verdes ojos, sin pensar mueve los dedos de los pies, y
se lleva las manos a la cara, no dudaba, sin embargo aún no hacía nada. La
imagen de aquella mujer apareció entonces ante su memoria, no la última imagen
que había visto de ella, la del cadáver tirado, boca bajo en el piso y el
cuerpo cercado por la sangre… otra imagen anterior y llena de belleza era la
que se acercaba en este momento a su memoria, primero su rostro y poco a poco
el sabor de su cuerpo, su perfume, su silencio... su delicado caminar hasta allí,
casi podía tocarla aún cuando sabía que estaba muerta, casi tan muerta como
ella aunque todavía sus pies se apoyaran en la banqueta ubicada en el centro de
la habitación de paredes blancas.
Estira los
dedos de la mano izquierda, luego los de la mano derecha, respira. Afuera la
gente camina insomne por las calles en la noche incipiente, se deja entrelazar
con las venas calientes de la ciudad oscura, vive, inmersa en la realidad
cotidiana, trabajando, comiendo, descansando. A ella todo eso le parecía demasiado,
sobre todo después de lo que había pasado, después de lo que había perdido. Sin
embargo sabia que no tenia sentido seguir así de pie, con la soga recorriendo
el cuello, el cuerpo tibio y vivo, pensando, decidiendo el instante en que sus
pies perdieran el soporte, y su cuerpo colgara para siempre recibiendo a la
muerte.
¿Cuánta verdad
era capaz de soportar antes de dejarse caer?